Arquimea es una empresa distinta. No por lo que hace, que también, sino porque tiene cosas raras, como un centro en Canarias lleno de científicos cuya única misión es investigar tecnologías avanzadas. Un centro con 70 empleados que no factura nada y que ni siquiera mira al mercado de hoy, sino al que vendrá. Ese espíritu está claro en el slogan de la compañía, “Pasión por la tecnología”, y más claro aún cuando se conoce a la persona que está al frente. Diego Fernández es un empresario atípico en España, un geek a medio camino entre la Ivy League y Silicon Valley, con las ideas muy claras y el empuje de quien sabe lo que quiere. “Solucionar problemas”, resume, “investigar, divertirse…”, se lanza con una sonrisa creciente.
Hace 18 años Fernández trabajaba en Airbus, era un ingeniero de telecomunicaciones recién salido de la carrera y con una tesis doctoral, lo que no era muy habitual en aquel entonces, en pleno apogeo de las .com, cuando todo el mundo tenía empleo antes incluso de terminar el último curso. Trabajar en Airbus era “bonito”, reconoce, “viajabas por el mundo, estabas en la carrera espacial, con el Curiosity de la NASA…”, pero le faltaba algo. Para su madre ya estaba perdido, ella quería que fuera funcionario y él estaba en la privada, así que cuando dejó la empresa aeronáutica para fundar la suya propia, en casa ya no se asustaban de nada. Tenía 25 años. Fernández había visto un problema, los actuadores que se utilizaban en el espacio eran pirotécnicos, lo que quiere decir que no se probaban porque se gastaban, eran de un solo uso y si salía mal estabas fastidiado. Su tesis había sido sobre aleaciones con memoria de forma, así que desarrolló un actuador con memoria de forma capaz de probarse y que volviera a su estado original para reutilizarlo. Y revolucionó el concepto. De repente EEUU, China o Francia, entre otros países, empezaron a lanzarle ofertas por la patente, pero no la vendió.
Arquimea comenzaba a tomar forma. En su cabeza el puzle estaba claro, siempre lo había estado. Pocos entendían los pasos que daba, algunos incluso le llamaron loco, como él mismo recuerda, quizás el rompecabezas era demasiado ambicioso para ellos, demasiado amplio o demasiado a largo plazo, pero al final cada paso, cada pieza, ha encajado en su sitio.
Muchos vieron en aquella negativa a vender y hacer dinero rápido y en cómo han encajado las piezas de su puzle mental una similitud con lo que hizo Elon Musk y su SpaceX, él no lo desmiente pero lo matiza. “Es cierto que Arquimea se parece a SpaceX, nacimos del riesgo, con inversiones similares, lo que pasa es que cuando ellos lograron su primer éxito la NASA les metió 1.200 millones de dólares. Ellos están en EEUU, nosotros estamos en España”, explica encogiéndose de hombros.
Están en España, pero ¿España lo sabe?
Algunos sí (ríe), pero es verdad que no todo el mundo nos conoce y eso es culpa mía, que no hago bien esa labor de difusión. De hecho es importante que la haga, porque cuando sales fuera da mucha solvencia si tu Gobierno te apoya.
Pero a nivel internacional no tienen ese problema.
No, la verdad que no. En otros países es distinto. En EEUU, por ejemplo, el Departamento de Defensa conoce mejor nuestros productos y son ellos los que vienen a buscarnos.
¿Alguna llamada reciente?
Están interesados en nuestra tecnología para nubes de combate.
Está claro que la Defensa es importante en Arquimea.
Arquimea es una empresa tecnológica, empezamos en espacio, luego llegó la defensa, luego la agrotecnología, después la biotecnología… Hemos acabado montando un grupo multisectorial basado en el I+D, lo que pasa es que en vez de meter los resultados en un cajón abrimos nuevas líneas para comercializarlos.
Algunas evoluciones, como ligar espacio y defensa, parecen lógicas, otras no se han entendido tan bien.
No, de hecho nos han llamado locos más de una vez. Nos pasó en la pandemia. En abril de 2020 invertimos todo nuestro beneficio del año anterior, cuatro millones de euros, en máquinas de PCR. Pensamos que cuando las tuviéramos el Gobierno vendría, como había pasado en otros países, a comprarnos nuestra capacidad test, pero resulta que lo privatizaron. En ese momento lo mejor que nos llamaron fue locos. Pero llegó La Liga de fútbol y empezamos a hacer test, luego vinieron los hoteles, luego las residencias de ancianos… Era muy gratificante ver que resolvías los problemas a personas con nombre y apellidos.
Y siguieron.
Sí, metimos a los ingenieros a trabajar, desarrollamos test de saliva porque los ancianos lo pasaba fatal con los de nariz. Y fueron un éxito. Después desarrollamos una plataforma capaz de gestionar miles de test al día. No teníamos claro hacia dónde iba la pandemia, pero queríamos dar respuesta a los problemas que veíamos. Entonces AENA nos adjudicó los aeropuertos y empezaron a llegar más cosas. Al final tuvimos 35 millones de facturación. Trasladando mocos ganamos más dinero que haciendo satélites.
Pero los satélites son el objetivo irrenunciable de Arquimea.
Nacimos en espacio y en el último año hemos vuelto a espacio. Tiene explicación, la empresa ha crecido, es más compleja, tenemos sedes en EEUU, en el sudeste asiático… El espacio es ahora mismo una oportunidad de negocio como no se ha visto nunca. Han empezado a llegar inversores que apuestan por el espacio porque puede cambiar de forma radical la vida de la sociedad. Algunos llaman a esto New Space, pero no hay nada nuevo, el espacio es el mismo, lo que es New es el Money, el dinero viene de bolsillos diferentes. Y a esto hay que añadir que los grandes jugadores están dejando huecos, sobre todo con las constelaciones.
¿Esos grandes operadores ya no tiran del sector?
Sí, todavía, pero ahora hay un nuevo paradigma que son las constelaciones Leo, que permitirán dar internet hasta en los aviones y, por ejemplo, se podrá jugar a un videojuego, ver una peli en streaming… cosas que ahora no se pueden hacer porque hay mucha latencia.
¿Dónde está el reto?
En que sea rentable. El único que ha montado una constelación ha sido SpaceX y ha demostrado que esto es muy difícil que sea rentable, no salen los números. El reto tecnológico es hacer eso, una constelación Leo que sea rentable, el que consiga eso se habrá posicionado como un nuevo player a nivel mundial, Arquimea ha visto en esto una gran oportunidad y queremos ser la empresa que suministre los satélites que hagan rentable las constelaciones Leo.
¿Cómo se puede rentabilizar una constelación?
Desarrollando un satélite con mucha tecnología pero que sea muy barato y se pueda hacer en masa.
¿Es posible?
Ahora mismo no. La industria no tiene esas tecnologías, pero las tendremos.
¿Y porqué cree que Arquimea podrá hacerlo?
Tendremos éxito porque llevamos 17 años desarrollando microchips a medida para el sector, conocemos los componentes y sabemos miniaturizar. Lo que tenemos que hacer es lo mismo que hizo en su momento la industria del móvil, miniaturizar y rentabilizar. Estamos invirtiendo todo lo que tenemos en esto, arriesgando. Y si sale como espero llevaremos la compañía al siguiente nivel.
¿Qué nivel es ese?
Queremos ser el OHB español.
¿Cómo va el puzle para conseguirlo?
(Sonríe) Primero entramos en NSLCom porque iba a desarrollar una constelación con un diseño que prometía ser rentable, invertimos, cogimos una posición y ayudamos con el requisito de que Arquimea proveyera los satélites. Luego había que ver dónde los fabricábamos, y adquirimos Iberespacio, con un equipo líder y unas instalaciones donde montar una línea de producción. La tercera pata fue Ecliptic, las razones de entrada fueron varias. Por un lado es uno de los principales proveedores de tecnología en EEUU y queríamos estar en ese mercado, porque es el mayor del mundo, pero además nos da tecnologías de cámaras de observación, nosotros hacíamos componentes pero no las cámaras. Aparte de eso los elegimos porque tienen un papel muy importante en el programa Artemis, está desarrollando el swich de altas prestaciones que permitirá la transmisión de datos entre la base y el HALO.
Y eso es importante para las constelaciones Leo ¿por…?
Porque esa tecnología es probablemente la solución para reducir el coste de la red de comunicaciones de nuestro Beetlesat en la constelación Leo. Todos nuestros pasos tienen el objetivo de hacer viable la constelación Beetlesat y convertirnos en un gran player, en el primer fabricante de satélites de propiedad española.
¿A qué tiene miedo?
A convertirnos en una empresa commodity, a ser Kodak y que te pasen por todos lados, a quedarnos obsoletos. Por eso creamos el centro de investigación de Canarias, un centro que no tiene que facturar, que no tiene que tratar con clientes, que lo único que tiene que hacer es crear nuevas tecnologías. Ahora mismo hay allí 70 científicos, gente muy buena que proviene de instituciones muy potentes llegados hasta de Australia. Su única orden es “haced lo que queráis”, y están haciendo cosas increíbles, en tecnología cuántica, en inteligencia artificial, hay proyectos muy chulos para interfaces hombre-máquina, para leer interfaces del cerebro. Creemos que hay que repensar la industria de otra manera y no estamos solos en esto, de hecho Europa nos ha dado 30 millones para convertirlo en un centro de referencia europeo.