En junio pasado, la constelación de satélites Copernicus cumplió 25 años de existencia con una importante presencia de empresas españolas. Su tecnología permite la observación de la Tierra en aspectos como el entorno marítimo, la biósfera, seguridad, emergencias y la atmósfera. Con respecto a ese último punto, las mediciones del Sentinel-5P (abreviatura de Sentinel-5 Precursor), lanzado en octubre de 2017, acaban de revelar que el tamaño del agujero de la capa de ozono está en uno de sus niveles más altos jamás registrados: la "zona de agotamiento" sobre la Antártida alcanzó los 26 millones de kilómetros cuadrados en septiembre, lo que representa unas tres veces el tamaño de Brasil.
Este satélite forma parte de la flota de misiones que la Agencia Espacial Europea (ESA) desarrolla para el programa de vigilancia medioambiental de la Unión Europea. Vale la pena mencionar que en 2021 tuvo un rol "crucial" durante la erupción del volcán La Palma. A bordo lleva un espectrómetro llamado Tropomi que detecta las "huellas dactilares" únicas de los gases atmosféricos en diferentes partes del espectro electromagnético para obtener imágenes de una amplia gama de contaminantes con mayor precisión y con una resolución espacial más alta que nunca.
Esa información se procesa en el Centro Aeroespacial Alemán (DLR), que utiliza algoritmos propios y los del Instituto Real de Aeronomía Espacial de Bélgica (BIRA-IASB). Al respecto, el científico senior del DLR, Diego Loyola, comenta que "los productos tienen una mayor precisión a nivel porcentual en comparación con los datos terrestres y esto nos permite monitorear de cerca la capa de ozono y su evolución. Las mediciones de Tropomi están ampliando el registro de datos globales de ozono de los sensores satelitales europeos que abarca casi tres décadas".
Luego de tres horas desde su medición, los productos son proporcionados al Servicio de Monitoreo de la Atmósfera de Copernicus (CAMS), implementado por el Centro Europeo de Pronósticos Meteorológicos a Medio Plazo (Ecmwf) en nombre de la UE, para su análisis casi en tiempo real. Sobre ello, la científica senior del CAMS, Antje Inness, dice que "nuestro servicio operativo de pronóstico y monitoreo muestra que el agujero de ozono comenzó a inicios de 2023 y ha crecido rápidamente desde mediados de agosto. Alcanzó un tamaño de más de 26 millones de kilómetros cuadrados el 16 de septiembre, lo que lo convierte en uno de los mayores jamás registrados".
Una erupción volcánica, la principal sospechosa
La variabilidad de su tamaño está determinada, cuentan los científicos, en gran medida por la fuerza de una banda de viento que fluye alrededor de la zona antártica, una consecuencia directa de la rotación de la Tierra y de las fuertes diferencias de temperatura entre las latitudes. Si la banda es fuerte, actúa como una barrera: las masas de aire ya no pueden intercambiarse, entonces quedan aisladas en las latitudes polares y se enfrían durante el invierno.
Algunos investigadores especulan que los patrones inusuales de este año podrían estar asociados con la erupción del volcán Hunga Tonga-Hunga Ha'apai en enero de 2022. Sin embargo, es importante señalar que el impacto exacto en el hemisferio sur es un tema de investigación en curso, debido a la ausencia de casos anteriores en los que se inyectaran cantidades tan sustanciales de vapor de agua en la estratosfera en observaciones modernas. El director de misión, Claus Zehner, añade que "los fenómenos del agujero de ozono no se pueden utilizar de manera sencilla para monitorear los cambios globales en el ozono, ya que están determinados por la fuerza de los campos de viento regionales que fluyen alrededor de las áreas polares".
Historia del cuidado de la capa de ozono
Desde la ESA explican que entre las décadas de 1970 y 1980, el uso generalizado de clorofluorocarbonos dañinos en productos como refrigeradores y latas de aerosol dañó el ozono en lo alto de nuestra atmósfera, lo que provocó un agujero sobre la Antártida. En respuesta a dicho problema, en 1987 se creó el Protocolo de Montreal para proteger la capa eliminando progresivamente la producción y el consumo de estas sustancias nocivas, lo que está dando lugar a una recuperación de la capa de ozono. De hecho, los científicos predicen que a nivel global volverá a alcanzar su estado normal alrededor de 2050, en poco más de un cuarto de siglo.